Pocos se acordarán, yo mismo era
un niño, de que cuando se inició en la década de los setenta el proceso autonómico una de las discusiones políticas
más habituales era decidir que territorios pertenecerían a tal o cual comunidad.
A muchos les sorprenderá saber que una provincia como Segovia se resistió a
formar parte de la futura comunidad de Castilla y León. Este dato tiene
cierta importancia para situar este Memorial de Castilla.
El autor, dentro del contexto
de su época fue un castellanista convencido y militante, un regionalista en un
sentido del que es difícil no sentir simpatía. Uno reconoce que la palabra
nacionalista, fase superior del regionalismo, no es muy de mi agrado. Separados
frente a juntos. Si, eso no gustar. Aunque ya se sabe, por otro lado, que mejor
solo que mal acompañado. Pero a pesar de esto, uno tal vez por ser castellano
no puede evitar leer con mucho interés e incluso simpatía este libro en el que
efectivamente se hace un encendida defensa de la particularidad castellana.
Pero aunque decimos que una de las características del nacionalismo es el necesitar un contrario como afirmación, lo cierto es que el regionalismo que aparece en este libro también tiene un curioso opuesto... el antiguo Reino de León, región con la que finalmente se unió Castilla para conformar la actual Comunidad Autónoma. En la tesis (histórica) del
abogado segoviano se opone el carácter democrático, foral, comunitario y solidario de Castilla y de su pueblo (la primera democracia de Europa) frente a la
corona de León, fuente de todos los males patrios posteriores. Si, León, para
el autor, a lo mejor está en lo cierto a lo mejor no, representa la herencia visigótica con
su código liber, su población mozárabe y unas estructuras sociales
donde predominan los grandes propietarios y la división social estricta.
La Tesis de González Herrero es
que con la unión de las dos coronas a Castilla le fue suplantado su carácter
comunero y democrático, representado por instituciones tales como sus jueces de
elección popular, sus fueros, su derecho consuetudinario y sus
estructuras comunitarias representadas por las comunidades de Villa y Tierra. Esto
sucedió, si no me equivoco, en el siglo XIII y a partir de aquí las cosas
empezaron a ir a peor. Es ese espíritu el que pretende recuperar el autor, justamente en
una época de años 70-80 de plena efervescencia autonómica.
Si resulta curioso esa
identificación de Castilla con lo foral, lo comunitario y lo democrático, más
resulta conocer que es para González Herrero geográficamente Castilla es
básicamente montaña. Las llanuras cerealistas de la Tierra de Campos son
leonesas. La vieja Castilla, la castilla primitiva y originaria es la que
formarían las provincias (o actuales CCAA) de Cantabria, La Rioja, Burgos, Soria, Ávila
Segovia, Guadalajara y Cuenca. Las llanuras manchegas y de la Tierra de Campos no
forman parte de esta entidad histórica. Yo la verdad es que esto de que Castilla es
montañosa no lo veo.