miércoles, 22 de mayo de 2013

La horda. Vicente Blasco Ibáñez


          Menos conocida que la trilogía Barojiana de La lucha por la vida, La horda de Vicente Blasco Ibáñez es otro magnifico relato acerca del Madrid más pobre de hace, más o menos, un siglo. Una novela que, tenemos que apuntar,  no nos va a adentrar en la ciudad propiamente dicha, si no, y esto es lo destacable, en sus barrios periféricos, unos arrabales llenos de personas que poco contaban por aquellos años, ¿y en estos actuales?, para los gobernantes. El centro de Madrid, lugar de organismos oficiales, cafés, teatros y museos en este relato prácticamente no lo vamos a tocar. A los personajes de este libro solo les interesa una cosa: sobrevivir.
Glorieta de Cuatro Caminos.1913. En este lugar, se inicia la trama de La horda
        La historia de La horda se inicia en los Cuatro Caminos, un lugar que hoy en día se considera centro de la ciudad, pero que hace un siglo, era justamente una de las entradas a la capital, una divisoria entre la ciudad propiamente dicha y las barriadas confundidas con el campo. Allí, justamente, en lo que hoy llamamos glorieta, se encontraba un fielato, un portazgo con su báscula  al que iban llegando en sus carros y carretas los suministradores, entre otros los alimentarios, de la ciudad. En ese lugar,  de vuelta de una noche de supervivencia, nos vamos a encontrar con el principal protagonista de la novela, Isidro Maltrana. Isidro va a compartir un cigarrito con  el encargado de la báscula lo que nos va a servir de introducción a su personaje y a sus inherentes penurias, que, ya empezamos mal, se inician con un físico poco agraciado en el que destaca el aire oriental del rostro, algo que identifica el autor, no sabemos por qué, con la fealdad. Pero más importante que su aspecto son otras cosas que empezamos a conocer de nuestro antihéroe como que viene de pasar la noche en un periódico (de los muchos que por aquellos años abrían y cerraban) no porque sea un periodista,  sino porque allí permiten que pase la noche (y también hay que decir realiza esporádicamente traducciones y también algún articulillo), y así poder compaginar su piso patera con su padrastro y hermanastro. Si, Maltrana se dirige ya amaneciendo a su casa de vecindad en la calle de los Artistas dando por hecho que el albañil y el aprendiz de albañil y también delincuente,  respectivos oficios de sus familiares, ya están listos para marchar dejándole la cama calentita.
          La Horda por supuesto nos ofrece un retrato impagable de seres pintorescos. Como el dañador, futuro suegro de Maltrana, un furtivo que completa su dieta con lo que puede pillar saltando la valla del Pardo y entrando a cazar en la propiedad Real. Una auténtica aventura ilegal que nos relata el autor de forma magistral, ya que al parecer según cuenta llegó el mismo a participar en una de estas correrías cinegéticas para mayor ambientación de los personajes. También muy curioso resulta el retrato que hace de los gitanos que como chabolistas viven en el barrio de Las cambroneras, junto a la Puerta de Toledo, lugar ya desaparecido como muchos otros lugares marginales de la capital y alrededores, dando espacio a nuevos barrios,  y en el que el protagonista en plena caída libre económica acaba viviendo por ser lo más barato.
       Por supuesto las trescientas páginas de la novela dan para que a Maltrana le pase de todo. Desde casarse, con la hija de uno de sus mejores amigos, abandonar a escondidas casi su barrio, tener un hijo, ser prácticamente desahuciado o hacer de negro literario para un senador, por cierto este último episodio uno de los más alucinantes de la novela.

jueves, 16 de mayo de 2013

El lector de Julio Verne. Almudena Grandes

 
          La verdad es que no parece muy lógico realizar una minicrónica de una novela en la que no has llegado ni a la página 80 (sobre unas 400 posibles). Pero como el principal objetivo de este blog es dejar constancia de mis lecturas, buenas o malas, acabadas, la mayoría, e inacabadas, hasta ahora tres o cuatro, pues adelante.
          El lector de Julio Verne es la segunda entrega de ese proyecto iniciado por la escritora madrileña y que al modo de Pérez Galdós pretende dar una visión, así en entregas,  de la Guerra Civil y sus consecuencias. De hecho el nombre de la serie,  Episodios de una guerra interminable, parece (y debe de serlo realmente) un  claro guiño/homenaje al escritor canario.
          Tras leer hace un par de años o así, (está aquí la correspondiente entrada) la primera entrega, Inés y la alegría, ahora le tocaba el turno a la siguiente. He decir que agarré este libro sin mucho convencimiento. No porque no me hayan gustado otros libros de la autora  madrileña que, con algún matiz, si me han gustado, si no que no tenía mucho cuerpo para enfrentarse otra historia sobre la Guerra Civil o los años posteriores. Si, uno ya ha leído, visto y escuchado demasiadas cosas sobre este terrible episodio de nuestra historia. Creo que ya no me entra más.
¿Y  entonces por que usted que dice estar saturado de historias de la Guerra Civil se decidió a iniciarlo? ¿Es gilipollas acaso?...(alguien podría preguntar).
Contesto rápidamente a tan inteligente pregunta:
Tengo que decir que lo inicié por qué andaba por casa el libro, era festivo, no tenía tiempo para buscar otro, y sobre todo me iba de viaje. Puente de mayo, destino Altea, (también me pasé por Benidorm). Para más inri el libro encajaba de maravilla en la maleta, entre las camisetas y las chanclas, y por si fuera poco tenía (y tiene la edición de Busquets) una letra lo suficientemente gorda como para poder ser leída incluso con esas mierdas de luces de mesilla que ponen en los hostales/hoteles españoles como regla general.
Pero, me entenderán,  que una vez vuelto del viaje ( más morenito de lo que fui, tengo que presumir)  las razones anteriores perdieron su peso y la historia del niño hijo del guardia civil no me acabó de enganchar como ya me autopronostiqué.  Actualmente me encuentro leyendo, con enorme placer e interés, La horda de Blasco Ibáñez. Final feliz a este apasionante episodio de mi vida lectora.





jueves, 9 de mayo de 2013

Las correcciones. Jonathan Franzen

             Cuando uno escucha que alguien ha leído un tocho de 600 o 700 paginas en menos de dos semanas, y se trata de un individuo/individua que no está todo el día en casa, tal vez con la pierna quebrada o similar, si no que tiene una jornada laboral y una vida social, debemos de suponer que la lectura ha tenido que resultar muy interesante. Pues ese es mi caso ya que han sido justamente 10 o 12 días los que he necesitado para terminar Las correcciones, pero… aunque ha sido grata su lectura, no diría que la calificación llegue hasta un “muy grata”. Si, no creo que esta novela vaya a formar parte de mi lista de novelas favoritas, de hecho de la corta lista de libros que he leído del famoso Franzen, tres en total incluyendo la no menos famosa Libertad, seguramente ocupe el último, y por lo tanto tercer, lugar.
            
            ¿Por cuálo?
           
            Pues, a ver, directamente: Le sobra minuciosidad, creo que el autor, para mi gusto evidentemente, se recrea en exceso en el pequeño detalle, en el mínimo suceso; si, se ve crecer la hierba, como al parecer alguna vez dijo Woody Allen acerca del cine europeo.
 
        Alguien dirá y no le quito la razón por que todo esto es una cuestión de gustos, que esa forma de escribir, de describir, consigue adentrar al lector dentro de los personajes, de sus dramas personales, de sus deseos y frustraciones. Pero yo opino que el autor tal vez se exceda un poquito en la minuciosidad, en el detalle, se me viene a la mente el símil con ese jugador de fútbol que regatea, toca, regatea,  toca y vuelve a regatear. Sinceramente me han sobrado descripciones.
 
       Justamente, y ahora viene la odiosa comparación, Libertad me gustó más, creo que es más directa, cuenta más cosas, con parecida extensión (a mi esto me parece importante) e incluso me parece más divertida. Si, yo soy más de Libertad que de Las correcciones. Eso si, ambas son  novelas que tiene muchos puntos en común, aparte de estar fantásticamente escritas.
 
      En Las correcciones se nos cuenta la historia de una familia que parece responder a un arquetipo de la clase media norteamericana. De paso, y aprovechando las vivencias laborales y personales de los personajes, Franzen nos va a  hablar de muchas de las cosas que sucedieron durante estos años. Un amplio campo que va desde lo que fue la anterior (y menor) crisis económica, a  los famosos sindicatos de camioneros, pasando por los (delirantes) procesos de cambio en los países del este de Europa tras la caída del comunismo:



Los protagonistas son los siguientes, y con esto doy por terminada esta entrada, bye, bye:
 
Alfred. El padre de la familia, cerca de los 75, incipiente Parkinson-demencia senil. Es/fue un hombre de los de antes. Serio, respetable y trabajador.
 
Enid. La mamá, de edad andará como su marido. Un poco quiquillosa. Algo controladora, le importan las opiniones que tengan sus vecinos y amigos sobre ellos.
Gary. Hermano mayor. Ha heredado el gen depresivo del padre, igualmente su sentido de la responsabilidad. Hombre de éxito tiene que batallar con su mujer, un poco cruel. Tal vez intente ser una "corrección" de su padre.
Chip. El mediano. Intenta abrirse camino como escritor. Trabajó como profesor en la universidad  pero le pusieron de patitas en la calle. Acaba en un extraño lío en Lituania. Me recuerda un poquito al personaje de Richard en Libertad.
 
Denise.  La pequeñaja de la casa. Ha dado algunos tumbos pero no parecen nada graves, no tiene más de 32 años. Le ha dado tiempo a muchas cosas, casarse, divorciarse, experimentar con su sexualidad y ser una chef de éxito.
 
 

miércoles, 8 de mayo de 2013

Los griegos. Isaac Asimov


          Didáctica obra escrita por el divulgador científico, escritor de Ciencia Ficción y autor de numerosos libros de todo tipo, históricos entre ellos como es este caso,  Isaac Asimov. Los Griegos, pertenece a ese tipo de libro histórico de carácter general, descriptivo, no especialmente profundo y con un  tono divulgativo; Si el tono es tan didáctico que por momentos hace comparar la geografía griega con la norteamericana, para que los lectores de esto país se hagan una idea de las distancias. El libro está recomendado para todo aquel que no busque algo arduo, difícil ni demasiado especializado. Así en las 250 o así paginas nos va contando aquellos años de una primitiva Grecia, cuando el país, o mejor dicho, el conjunto de ciudades estado (independientes) que lo formaban, estaba desarrollando una cultura que influiría de forma decisiva en la  cultura occidental de los siguientes siglos, y por lo que dicen los entendidos, hasta el día de hoy.