jueves, 16 de febrero de 2012

Una primera Europa. Romanos, cristianos y germanos (400-1000).Emilio Mitre

              El concepto de una Europa unida es algo muy actual. No hay que decir mucho sobre esto. Cualquiera lo sabe.  Aunque para ser más exactos quizás lo más correcto sería hablar de una construcción europea. Es decir, la Europa unida es más un ideal (un objetivo pretendido no se sabe muy bien por quién,   por qué y  para qué) que una realidad. Ojo, no quiero decir que no haya buenas razones para esta construcción ni mucho menos, pero si que el común de los ciudadanos  no las conocemos muy bien. El historiador Emilio Mitre, uno de los mejores medievalistas de nuestro país,  nos va a contar en las doscientas y pico páginas (para un periodo de 600 años,  salimos a media página por año, ¡y para toda Europa!) de un libro que podíamos definir como 80 por ciento historia y 20 por ciento ensayo,   las principales vicisitudes de una Europa primitiva, en lo que sería la forja de unos rasgos culturales que hoy en día, más de un milenio y medio después, permanecen.  Para ello, y debido a la necesidad de resumir, el autor se va a centrar en unos concretos momentos fundamentales de la historia (como José Mota, pero en plan serio).
         
        Utilizando los temas de la segunda parte del título, Romanos, cristianos y germanos, vamos a resumir un poco de que va esto:
Carlomagno
          Romanos: Mitre lógicamente se centra en los últimos años del Imperio.  Una Roma que dominaba no solo buena parte de la actual Europa si no también la zona del norte de África y del cercano oriente. Parte de tan vasto y bien organizado imperio, será la base geográfica y cultural de Europa.
         Cristianos: Aunque nos quede el recuerdo de las persecuciones a los primeros cristianos, lo cierto es que el Imperio Romano acabó asimilando a esta nueva religión que debía de parecerles muy buena, lo suficiente como  para abandonar su ancestral paganismo. Lo mismo les debió de pasar a los germanos, sustitutos en el poder de los Romanos. Ellos también cayeron seducidos ante la religión cristiana. Sus razones tendrían. La continuidad de una misma religión desde luego sirve de fundamento principal para esa cultura europea. El autor nos introduce brevemente en el campo de la primera filosofía-teología cristiana. Las páginas dedicadas al norteafricano San Agustín son buena prueba de ello. Y también se nos cuenta el proceso, intermitente y largo, por el que  la sede papal de Roma va adquiriendo la importancia que todavía hoy tiene. Desde luego, para conseguirlo, esto es fácil de imaginar, fueron fundamentales las alianzas con el poder terrenal (reyes y emperadores)
            Germanos. Si, en esta formación de aquella vieja Europa, el elemento germano resultó  fundamental. Después de haber estado llamando durante mucho tiempo a la puerta del Imperio, finalmente se abren las puertas (las abren ellos más bien), a los que eran bárbaros. La fuerza se impone a la razón (es un decir) . Y después de 800 años,  Roma vuelve a a ser saqueada, esta vez por el Godo Alarico, año 410. Unos años después se produce la definitiva caída del Imperio Romano (en Occidente, ojo). Los pueblos germanos entran en estampida dentro de las lindes del viejo imperio. Son los  lombardos, francos, visigodos, ostrogodos, suevos, alanos y vándalos entre otros. También  se producen luchas entre ellos (no tenían nada de pacifistas) y acaban adaptando la religión cristiana. (les debía de parecer mejor, o cuanto menos más práctica). Año 800, coronación de Carlomagno, emperador que encarna el sueño de una Europa unificada (a hostias básicamente, pero también con los recurrentes tratados y los inevitables matrimonios de conveniencia) y por supuesto la iglesia da su visto bueno. Y terminamos, o termina el autor, haciendo especial referencia a los Otonidas, forjadores en este caso de lo que seria una primitiva alemana,  y que recuperarán de nuevo el esplendor imperial, rememorando a su modo los años de la dinastía Carolingia,  y con los que se asienta aquello de Sacro Imperio Romano Germánico que hasta el siglo XIX, perdurará, si no en nuestros corazones, si por lo menos en los libros de historia.

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