miércoles, 13 de julio de 2011

La Busca. Pio Baroja


             Manuel llega desde el pueblo a Madrid. Y no se trata de un emigrante más en busca de mejor vida en la ciudad. No exactamente. Realmente el protagonista retorna a la capital de España que abandonó tiempo atrás cuando su madre pensó que no le podía atender correctamente. Conseguir subsistir en la gran ciudad le llevaba demasiado tiempo y esfuerzo. Y en un pueblo, viviendo con algunos familiares, debió de pensar la madre  tal vez su hijo estuviera mejor. Pero  en Soria, ya ha demostrado una natural rebeldía. Manuel no es una persona fácil ni especialmente adaptable. Estamos a comienzo de siglo y la vida es difícil. Seguramente tan difícil como lo había sido anteriormente. Y como sería todavía unos años después. La Seguridad Social e Internet no habían llegado. En el Madrid, la España y el mundo de aquellos años la existencia para el común de la gente era toda una lucha, en algunos casos casi titánica. Una lucha por la vida. Con la llegada de Manuel  comienza esta novela y la trilogía de Pio Baroja ambientada a principios del siglo XX, que efectivamente lleva por título  “La lucha por la vida”. Sobrevivir es un acto titánico. Buscarse un trabajo, para un pobre y poco “cualificado” chaval,  es muy complicado. Y que encima te paguen por él, casi una quimera. A esto le llamo paro juvenil y no lo de ahora. “Tráete el chico, que me ayude y le doy de comer y una cama”. Por lo menos teniendo un trabajo de aprendiz en un comercio se tiene una cama y un lugar donde estar resguardado. La otra opción es la calle. Opción u obligación nada rara en aquellos tiempos.



             El autor hace jugar al protagonista, Manuel,  durante toda la novela con un dilema moral o existencial. O simplemente de pura supervivencia. Ir por el buen camino  o por el malo. Y allí anda entretenido tocando ambos palos simultáneamente. Y es que la pobreza, le hace estar al borde de la marginalidad. También las malas compañías. En el filo de la navaja. Al borde del precipicio.  Por un lado tenemos el mundo del orden,  del trabajo y del esfuerzo. Es el mundo de la pensión, de la zapatería o del ropavejero Custodio. El mundo del desorden es el de  Vidal y el Bizco. La vida del pequeño delito, de las reyertas, de la prostitución y de los chulos.  La vida de orden es sufrida y exigente. También  honrada y honesta. Y la del delito es apariencia más fácil, (aunque también tiene sus horarios)  pero rebaja al ser humano y suele acabar, más pronto que tarde,  mal.
                El Madrid que nos retrata Baroja es un Madrid que a mi me recuerda a las ciudades del tercer mundo que he conocido. Es un Madrid que fuera del centro urbano está lleno de infraviviendas, de chabolas. En esos barrios se hacina un lumpen que tiene muy difícil salir de allí. Es la pescadilla que se muerde la cola. La educación brilla por su ausencia. El alcohol corre barato y abundante. Pero en las humildísimas vecindades también hay quien que lucha por vivir de forma digna y honrada. El protagonista les admira demostrando su buen natural. Estamos en los barrios marginales de Madrid. En las Injurias o en cualquier otro de los arrabales de la ciudad.
               La novela es un fantástico testimonio, insisto, del Madrid de aquella época. De los barrios periféricos. De lugares ya desaparecidos, cambiados drásticamente por nuevos planes urbanos como ha sucedido en los nuevos barrios de Madrid construidos en muchos casos sobre antiguos poblados chabolistas focos de venta del menudeo de la droga. Gracia a la novela podemos ir a ver las cuevas del Cerrillo de San Blas o de la montaña de Príncipe Pio. Focos de marginalidad hoy convertidos en zonas verdes. Y también podemos ser testigos, apartados, de viejos juegos casi desaparecidos como el Chito o el cané.
              En definitiva todo un retrato del Madrid de aquel tiempo. Un retrato por otra parte entretenido y  lleno de personajes a cada cual más interesante y diferente. Buenos y malos. Como por ejemplo “el Bizco” sobre el que escribe Baroja lo siguiente.
 “Era un bruto, una alimaña digna de exterminio. Lujurioso como un mono, había forzado a algunas chiquillas de la casa del Cabrero a puñetazos; solía robar a su padre, miserable tejedor de caña, dinero para ir a algún bajo prostíbulo de las Peñuelas o de la calle de la Chopa en donde encontraba mujeronas pintarrajeadas, con la colilla en los labios, que a él le parecían princesas. Su cráneo estrecho su mandíbula fuerte, su morro y la mirada torva le daban aspecto de brutalidad y animalidad repelentes. Hombre primitivo, afilaba su puñal comprado en el Rastro y lo guardaba como cosa sagrada. Si cogía a algún gato o perro por su cuenta lo mataba a pinchazos gozando en martirizar al animal. Hablaba torpemente rellenando sus frases con  barbaridades y blasfemias."

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