lunes, 28 de noviembre de 2011

Un voluntario realista. Benito Pérez Galdós.

Galdós abandona la ciudad de Madrid para acercarnos a la localidad leridana de Solsona y más concretamente al convento de San Salomó.  Dentro de sus muros y junto a las monjas vamos a conocer a Pep Armengol, también conocido como Tilín, protagonista de este Episodio. Niño recogido por las monjas, sacristán y furibundo  conservador, Tilín nos va a introducir en un extraño y poco conocido capítulo de nuestra historia. Y es que en medio de lo que se conoció como la la Década Ominosa, época de represiones de todo lo liberal y protagonizada por el poderoso ministro fernandino Calomarde, hay todavía gentes que piensan que la represión a los liberales no es la suficiente y que el rey anda medio secuestrado y atontado debido a malas y poco recomendables compañías. ¡¡Qué cosas¡¡.  Para algunos, los más recalcitrantes, el régimen sigue amenazado por las ideas liberales que surgen en Europa, y quieren ver los tentáculos de la Masonería introducidos dentro de las instituciones del estado absolutista.  La Cataluña de aquellos años parece caldo de cultivo para estas ideas extremadamente reaccionarias y religiosas. Desde luego estas revueltas serán un anticipo a la próxima Guerra Carlista. Este movimiento ultra conservador tiene raíces casi secretas (se habla de sociedades  como el Ángel Exterminador) y se empieza a usar el término de apostólico, esto es, acérrimo enemigo de todo lo que suene a cambio, evolución y liberalismo. Lo curioso de esta revuelta está, como ya hemos avanzado unas lineas arriba,  en la oscuridad de sus motivos. Descartado la espontaneidad del movimiento se piensa, así lo insinúa Galdós, que tal vez estuviera detrás el propio gobierno, como forma de dar una vuelta de tuerca más a la represión o simplemente como producto de luchas internas. Toda una incógnita.

         Y nos queda ya si no destacar, las observaciones del autor sobre este movimiento liderado por personajes intolerantes y extremistas como el propio Tilín u otros. Lo curioso es que pese a no compartir ni mucho menos Galdós los postulados políticos siempre sabe ver algún rasgo positivo en los personajes. Ya sea el valor, el arrojo o la fidelidad a unos ideales. Desde luego ese uno de los valores del autor canario y que le hacen, en mi opinión, personal y diferente.

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