Esta vez
acompañamos a los héroes galdosianos hasta el norte de África. Estamos en la
segunda mitad de la década de los cincuenta del siglo pasado, años imperialistas por otra parte. Ya se había
descubierto que no hay nada mejor para unir fuerzas que encontrar un enemigo. Y
en este caso el enemigo era el moro de Marruecos que se había atrevido a
desafiar a los españoles que rondaban sus tierras. Así que tenemos una novedad
en los Episodios nacionales, una guerra colonial. Al modo del Viaje al fin de
la noche de Celine y anticipándose unos cuantos años, Galdós refleja la furia
patriótica que se desencadena en nuestro país.
Son los tiempos
de O’Donnell, jefe del gobierno, que sable en mano, ¿nos imaginamos a Rajoy de
esta guisa? cruza el estrecho para guerrear
contra el moro.
El personaje
fundamental de este episodio, al que seguimos en sus peripecias africanas lleva
el nombre de Juanito Santiuste,
jovenzuelo sin aparente futuro, típico, por tanto, héroe galdosiano que cosas
del destino, acaba destinado como pseudoperiodista contando los avatares
guerreros. Pero rápidamente, como consecuencia de las cosas, feas, que ve en la
guerra, acaba predicando “paz y amor” literalmente, convertido por segunda vez
en esta novela en un antecedente, en este caso de los Hippies. En su desvarío,
o no desvarío, acaba cruzando la línea del frente y pasándose al enemigo, esto
es, acaba contándonos como se vive el asedio español en la ciudad de Tetuán,
“ojos de manantiales”, al parecer en lengua local. Y en Tetuán las aventuras se
aceleran. Para terminar, y no desentrañar todos lo que sucede tan solo añadir
que Galdós nos ofrece un retrato acojonante, perdón por la palabra, de la vida
en la ciudad africana, de sus costumbres
y uno que ha estado por Marruecos un par de veces no puede dejar de
sorprenderse de cómo se sigue pareciendo, no sé si para bien o para mal, al
Marruecos de hoy en día.
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