Con estas Bodas reales, en las que vemos pasar por
el altar a una jovencísima Isabel II, el autor canario da
por finalizada la tercera serie de sus Episodios nacionales. Leer a Galdós al igual que ver las pelis de Woody
Allen o escuchar los discos del recientemente fallecido J. J. Cale es terreno
siempre firme y seguro. Sabes más o menos lo que te vas a encontrar, algo que
siempre se encuentra entre lo bueno y lo muy bueno. Una forma eficaz de
aprovechar el tiempo de disfrute.
Pero terminada la anterior digresión, comentar y
resumir de forma rápida que en este episodio nos vamos a dar una vuelta por la primera mitad de
la década de los cuarenta del siglo XIX. Vamos a conocer en la parte histórica del
relato las vicisitudes de una España que se encuentra, titubeante en sus primeros años modernizadores con una incipiente y primeriza especie de democracia (llamarlo así,
además de inexacto da grima). Unos años, estos, bien representativos del siglo XIX y
también de parte del XX con sus sublevaciones militares y sus dos Españas (ya las había ya), y con el telón
de fondo de los cambalaches diplomáticos llevados a cabo con objeto de encontrar un marido a la reina. Isabel II a sus trece o catorce años no necesita un
novio, si no un marido; se trata de toda una cuestión de estado, y cada cual se posiciona según
sus ideas. Unos prefieren un extranjero, otros un nacional. Los
hay que buscan el matiz ideológico y hasta alguno se atreve a hablar de amor. Para gustos los colores.
En el plano de ficción, y paralelamente a los líos de
palacio, seguimos las desventuras de la familia Carrasco, esos manchegos
trasplantados a Madrid y a los que conocimos en anteriores episodios. La matriarca sigue aquejada de morriña, sufre, como solo sufre una madre, para que su parentela abandone este Madrid que no le gusta nada y vuelva a su Mancha natal. Curiosamente entre los asuntos familiares más urgentes se encuentra igualmente el asunto matrimonial. Ya es hora de que las dos hijas mayores asienten la cabeza y encuentren un buen partido. El asunto no está resultando tan fácil como debiera y como consecuencia va a traer a los cabezas de familia dolores de cabeza, agudos, a los que añadir a su dificultosa integración en Madrid.
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