“Lo que he visto y aprendido es que cuando uno
pierde el alma tiene que dar la vuelta al mundo para encontrarla”. Punto final;
con esta descomunal frase termina este episodio nacional de Benito “el
garbancero”. Un garbancero que escribe esta vez con olor a ceviche peruano. Y
es que aunque la frase de marras es evidentemente una metáfora lo cierto es que
desmintiendo a Valle Inclán, Galdós se nos muestra más viajero que nunca
haciéndonos con la Numancia darnos la vuelta completa al mundo.
Este trigésimo
octavo episodio nacional responde como no, por otro lado, al arquetipo de cualquier otra obra. Como
Woody Allen, Galdós tiene su propio universo, sus propias formas, no se sale de
ellas y por tanto nos volvemos a encontrar con una trama histórica, (aventura
pseudocolonialista de España en la costa oeste sudamericana) con otra novelesca
con nuestro Diego Ansurez (al que creo que conocimos en las celtibéricas
tierras de Atienza) muy perdido tras haber visto como su hija decide abandonar
a su padre e iniciar su propia vida. Embarcado en la Numancia, Ansurez recupera
su viejo oficio marinero y sobre todo tiene la posibilidad de ir en búsqueda de
su hija embaucada, piensa el, por un guaperas peruano.
Dentro de la
Numancia navegamos, navegamos, llegamos a la costa americana donde asistiremos
in situ a la batalla del Callao, quien sabe si origen del nombre de la famosa y
ya impersonal plaza del centro de Madrid. No voy a desentrañar más de la
historia, a lo mejor es demasiado tarde, tan solo comentar que al igual que
sucede en otros episodios (esto es digno de ser analizado/estudiado) la segunda
parte de la novela la considero muy superior, especialmente las ultimas 50
páginas.
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