Cómo se
comportaría uno, especialmente un adolescente-juvenil, cuando lo que le espera
en un futuro cercano es ir a un matadero. No al Matadero 5 de Vonnegut, ni al
Matadero de Madrid, a ver un documental un jueves por la tarde, si no algo más
chungo. Al matadero de la Primera Guerra Mundial, cuando además, en 1917, se ha
pasado aquel frenesí guerrero que adoptaron muchos europeos al inicio de la
contienda y que retrató perfectamente Celine en su Viaje al fin de la noche.
No, en la
pequeña ciudad húngara (supongo) donde se desarrolla la trama ya no hay mucha
ganas de ir al frente. Los trenes no traen productos chinos como ahora, si no
mutilados de guerra. Y el rio arrastra siniestramente, nos cuenta Sandor Marai,
los cadáveres de muchas victimas de la guerra.
Un grupo de
adolescentes hace buenas migas. Es un grupo variopinto donde se mezclan clases
sociales, si es que esto es posible, no lo plantea el autor, al que a se añaden
algunos elementos interesantes como un manco veterano de guerra a sus veinte
años y un extraño e inquietante actor de vida disipada, como se decía antes, fama
que debían de tener los miembros de este gremio antes de que les diera por
firmar manifiestos.
Su nexo de
unión además de la edad y la vecindad académica es su rechazo al mundo adulto.
No es de extrañar con lo que les espera. Y su forma de oponerse a el, es
rechazar las leyes adultas. Y no voy a contar más que lo spoiloreo.
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