lunes, 8 de octubre de 2012

Japón. El fin del Shogunato. J. Mutel



           Un viaje a Japón este verano de 2012 ha hecho, como suele ser habitual en estas circunstancias, despertar, o mejor dicho, aumentar mi interés por este país asiático. Y eso que no soy aficionado a la tecnología ni al manga, ni a la artes marciales, ni al sushi, ni siquiera a las zorritas de 13 años como diría Dragó. Lo que más me interesa de este país es el conjunto, el como esta gente ha podido organizarse tan bien, teniendo como tienen muy pocos recursos, sobrepoblación y como han llegado a superar cum laude catástrofes como terremotos o bombas nucleares. Así que recién vuelto, todavía con mi Jet Lag (va incluido en el precio del billete) me dirigí a la biblioteca pública para ver que tenían que ofrecerme de lecturas japonesas. Después de un rápido vistazo por la sección de Asia y la signatura Jap me hice con un par de libritos y este primero, Japón, el fin del Shogunato y el Japón Meijí de un tal J. Mutel es sobre el que voy a hablar, escribir mejor dicho.


Comodoro Perry. Cualquiera le dice no a este hombre

          Lo cierto es que el libro me ha resultado muy interesante y lo he leído con verdadero interés. Se ha acomodado a lo que yo esperaba y estaba buscando. Una información profunda pero tampoco mucho. Algo como introductorio pero no superficial. Un quiero y puedo. Otra cosa positiva es que el autor acompaña la descripción de los diversos hechos históricos con algunas explicaciones que me imagino para un japonés tal vez no no tendrían mucho valor pero si para un occidental (torpe encima) como yo. 

         Entresaco algunos párrafos que me han llamado la atención:

“En todos los japoneses se encontrará la conciencia de la profunda originalidad histórica que constituye el hecho de la existencia de una única dinastía y de una continuidad nacional tan larga. (Escribe esto al hablar de la falta de amenaza exterior, por su carácter insular que ha propiciado el mantenimiento de su dinastía”)

“Los japoneses se apoderan del budismo y del confucionismo como los europeos se han “apoderado” del cristianismo y de la filosofía griega del logos”

“El feudalismo japonés ni tiene ni espíritu jurídico ni el afán de los pleitos, ni el concepto de pacto o contrato con deberes recíprocos. Como en otras civilizaciones de extremo oriente, las relaciones sociales se regulan por la moral y el deber prevalece sobre el derecho”

“El pensamiento confucionista (influencia en Japón) liga fuertemente el orden natural con el moral: Naturaleza y cultura no son antagonistas. El orden moral consiste en conservar al armonía de la naturaleza: para cada cual ha de estar en su sitio, comportándose según su situación. De este modo se justifica el orden social existente. Se trata de una moral del deber, el ramoso giri, al cual algunos autores occidentales, con alguna premura han reducido la moral japonesa. Se está en deuda con quien nos da; en la práctica, esto favorece al Superior social, pero el Superior está su vez obligado por el giri; ésta es una de las fuentes del paternalismo tan frecuentemente observado en las relaciones sociales.”

          El libro arranca contándonos el final del  llamado “Periodo Edo” una época iniciada a comienzos del siglo XVII en la que, de forma parecida a los señores feudales europeos, un grupo de nobles consigue hacerse con el poder suplantando en el gobierno al propio emperador (esto si es bastante original)  que queda, en segundo plano, como figura decorativa,  medio recluido en la antigua capital Kyoto, mientras el gobierno de verdad, el de los nobles, con el Shogun a la cabeza, se sitúa en la ciudad de Edo que no es otra si no la actual Tokio. Este periodo va a durar casi 250 años en los que este gobierno despótico curiosamente ofrecerá a sus súbditos algo inaudito en anteriores tiempos: La paz. Para perpetuarse en el poder, además de organizar una estructura funcionarial importante, toman otro tipo de medidas entre las que destaca el cerrojazo al exterior, con la única excepción en la localidad de Nagasaki donde se permite algo de intercambio comercial con holandeses, y creo recordar británicos. El cerrojazo también será religioso y por ejemplo el Cristianismo será perseguido seguramente, y esto es lo importante, por todo lo que puede suponer de desestabilizador, de diferente. Vamos, que querían que nada cambiara. Pero todo llega a su fin, y en año 1853 el comodoro Perry fondea en la bahía de Tokio exigiendo que el puerto se abra al comercio , el internacional, y especialmente al suyo, el norteamericano. La amenaza armamentística de esa flotilla debió de impresionar mucho a un país que se había mirado al ombligo durante muchos años, lo que acaba provocando que el sistema se empiece a resquebrajar. Les recomiendo que  continúen con la wikipedia que yo ya me he cansado.

miércoles, 3 de octubre de 2012

En busca del tiempo perdido. Por el camino de Swann. Marcel Proust



           Intento fallido de acercarme a Proust, auténtico peso pesado de la literatura mundial. Apenas 90 páginas de la primera entrega de "En busca del tiempo perdido. Por el camino de Swann", han sido las que he aguantado antes de abandonar su lectura. Si, tal vez un poco frustrado por haber perdido el tiempo (chiste malo) y sobre todo por que este abandono lector, a diferencia de otros, no ha sido por que tuviera una mala opinión de lo que estaba leyendo, ni del autor, ni nada de eso. Simplemente me estaba aburriendo. No sé si me encontraba en la mejor disposición personal para enfrentarte a la tremenda lentitud de los diálogos. Creo que fue Woody Allen (fantástica su última película Desde Roma con amor) quien dijo que en el cine europeo se ve crecer la hierba. Pues aquí sucede lo mismo, todo es lentísimo. Eso si, uno reconoce, admite, la magnitud del la obra de Proust, la titánica tarea de buscar el tiempo perdido  y por supuesto puede comprender la hondura de los sentimientos, de las reflexiones, de las sensibilidades y  lo bien escrito que está. Pero, joder, insisto, si es que es lentísimo y  además , el niño, el prota, el narrador, pone un poco de los nervios. En fin, volveré a intentar meterle mano a esta famosísima obra de la literatura mundial, cuando tenga más tiempo, tal vez cuando me jubile allá con 75 u 80 años vaya usted a saber,  con o sin pensión que ya no queda nada claro.

Proust presionando su muela del juicio

           Y sobre la trama poco puedo decir de estas 80 ¿dije antes 90? páginas. De hecho ya casi ni me acuerdo; hay, insisto, un niño, unos padres, una chacha, y un tal Swann que les visita. El niño quiere el cariño de sus papás. Eso es todo lo que recuerdo.
Adiós.